Contra las alternativas autoritarias
- Alejandro Martner
- hace 17 minutos
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En El Salvador, en Argentina, en Estados Unidos, en países europeos como Hungría, Italia o Eslovaquia, entre otros, ya gobiernan fuerzas de extrema derecha, mientras una ola reaccionaria recrudece en el mundo. Y puede llegar a Chile en las elecciones de 2025.
El avance de este tipo de gobiernos se agrega a las más clásicas dictaduras militares o los regímenes de partido único que persisten en el mundo, todo lo cual pone en evidencia la fragilización de las democracias en la época actual. Escribí tiempo atrás, y vale la pena reiterarlo, que cada tanto en una parte de las sociedades, en oleadas más o menos cíclicas, se hace mayoritaria la demanda de autoridad, jerarquía, orden y homogeneidad del discurso público, en contraste con la pluralidad en la circulación de ideas y opciones políticas y con la tolerancia democrátia. Esto se expresa en una especie de hartazgo con la democracia y sus representantes más caracterizados.
Existen, por supuesto, particularidades históricas en las causas y efectos de la emergencia o consolidación de autoritarismos de derecha. En algunos casos se llega a la descripción de Emmanuel Todd, quien vincula esta tendencia a la idea de nihilismo, definido como la necesidad de destrucción de las cosas, de los hombres, de la realidad, que resulta en Occidente de una situación de vacío religioso, metafísico y de valores. Es un problema social e histórico.
Pero tal vez el diagnóstico deba ser más amplio y vincularse a la subjetividad humana. En palabras del psicoanalista Charles Melman, quien ejerce ese oficio parte de su experiencia. Constata rápidamente que el deseo esencial es ser guiado y no la libertad. Es una constatación pesimista pero que es mejor ver de frente si queremos responder a ella no solamente en la cura sino también en el registro político… El conflicto entre dictaduras y democracias desde el siglo V antes de Cristo comenzó con el conflicto entre Atenas y Esparta. El poder de Esparta fue fundado bajo un consenso popular. En Atenas todo el mundo discutía y las reuniones de las asambleas estaban marcadas esencialmente por el conflicto entre las personas, los intereses y las corporaciones. Pero en Esparta, todos los ciudadanos estaban de acuerdo y marchaban al mismo ritmo. Y como lo sabemos, nunca hemos resuelto esa oposición entre el desorden democrático y la uniformización de la sociedad.
Esto siempre ha facilitado las manipulaciones colectivas a través del miedo, especialmente si se considera que en el paisaje mediático actual, siempre según Melman, cada uno viene “a vender su propia imagen, su propia opinión independiente del saber que podría justificar su palabra”, en la era del repliegue sobre sí mismo y del “egocenio”, en la expresión de Vincent Cocquebert, etapa en la que se pone por delante el culto del yo por sobre alguna idea de destino común.
Las sociedades contemporáneas están moldeadas por tendencias globales de individuación en medio de relaciones de mercado generalizadas y de un debilitamiento de las identidades comunitarias de distinto tipo. A esto se agrega que una parte de las sociedades siempre ha tendido, en nombre de la no conflictividad y de supuestas jerarquías naturales, a admitir los privilegios y las asimetrías de poder originadas en las tradiciones, la concentración ilegítima de la economía y la cultura patriarcal. Esto va más allá de los beneficiarios directos de los privilegios y constituye una corriente conservadora estable y de amplitud variable, que en determinados períodos termina por hacerse del poder gubernamental, además de controlar el poder económico y mediático. Las dificultades y angustias individuales y sociales, cuando se transforman en agudas y prolongadas, buscan remitirse a alguna autoridad fuerte y a la creación de climas sin contradicciones ni contradictores de esa autoridad. Con frecuencia se construyen chivos expiatorios hacia los que canalizar la agresividad y el descontento. La cultura y la ciencia y los extranjeros y pueblos considerados ajenos y culpables de amenazas a la homogeneidad tribal y nacional, suelen ocupar ese rol, lo que ha dado lugar en la historia a los peores genocidios y crímenes contra la condición humana.
Todo esto refuerza el avance de los sectores dominantes en la interiorización de las relaciones de poder y su conversión en sentido común, incluso para quienes las padecen. Para Pierre Bourdieu, es una conducta socialmente construida que suele influir en los límites con los que se piensa e interpreta las percepciones sobre la realidad: en cuanto instrumentos estructurados y estructurantes de comunicación y de conocimiento, ‘los sistemas simbólicos’ cumplen su función de instrumentos o de imposición de legitimación de la dominación que contribuyen a asegurar la dominación de una clase sobre otra (violencia simbólica) aportando el refuerzo de su propia fuerza a las relaciones de fuerza que las fundan, y contribuyendo así, según la expresión de Weber, a la ‘domesticación de los dominados’”.
La crítica de Byung-Chul Han a la sociedad contemporánea, por su parte, se centra en que se ha perdido cada vez más la capacidad de escuchar, dada la creciente focalización en el ego, el progresivo narcisismo de la sociedad…En la comunicación analógica tenemos, por lo general, un destinatario concreto, un interlocutor personal. La comunicación digital, por el contrario, propicia una comunicación expansiva y despersonalizada, que no precisa interlocutor personal, mirada ni voz…Los medios sociales no fomentan forzosamente la cultura de la discusión…a menudo los manejan las pasiones. Los 'linchamientos digitales' constituyen una avalancha descontrolada de pasiones que no configura ninguna esfera pública.
En las oleadas reaccionarias se pierde toda disposición y tolerancia hacia el debate de ideas contradictorias, se las asimila a peleas inútiles cuando no ilegítimas y se deja de asumir que sin respeto a los saberes constituidos y a la voluntad de reconocimiento de realidades complejas, no hay creatividad, innovación y progreso material y humano posible.
Esto ocurre, paradojalmente, cuando las interdependencias sociales determinan más que nunca un destino común en materias tan sensibles a las condiciones de vida como el acceso a la vivienda y los servicios urbanos, al empleo, a los ingresos, a la educación, a las atenciones de salud, a la movilidad y la seguridad cotidianas en ciudades vivibles. No puede sino constatarse que estas interdependencias inciden en las condiciones de existencia de cada cual y en su capacidad de proyectar su vida con algún grado de autonomía, la que está lejos de depender solo de sus decisiones individuales. A esto se agrega el desafío global de las perturbaciones climáticas, cuya mitigación y adaptación requiere de grandes cambios guiados desde la esfera pública en materia de sistemas de energía, producción y consumo, al menos si se quiere preservar la vida humana tal como se conoce hasta ahora.
Las soluciones autoritarias llevan a sociedades reprimidas y/o conflictuadas, aunque puedan ostentar éxitos parciales. El conservadurismo ideológicamente estructurado rechaza en nombre de una cierta idea de la libertad (aquella que justifica privilegios) las acciones para contener las desigualdades y disminuirlas en el tiempo y asegurar grados suficientes de igualdad de oportunidades y de acceso general a bienes básicos. Es paradojal que las opciones autoritarias y favorables a la desigualdad se recubran en algunas de sus variantes de un discurso de libertad, pues ésta no se puede manifiestamente ejercer sin condiciones de equidad.
Pero les resulta efectivo apelar a un espectro amplio de emociones y expectativas de cambio de situaciones y grupos a las que atribuyen los males públicos, es decir las elites y los extranjeros. Siempre atizan la animosidad contra las políticas e instituciones que históricamente se proponen canalizar los conflictos de interés socioeconómico con lógica de interés general, o al menos mayoritario. Y, más recientemente, resisten las demandas de resiliencia ambiental y de igualdad de género. Se aferran, además, a un discurso abstracto de mantención del orden, que se niega a reconocer que la delincuencia tiene causas sociales y culturales que no pueden ignorarse, más allá que el delito debe ser obviamente combatido siempre con la mayor firmeza. En efecto, la evidencia disponible muestra que las sociedades más seguras son las menos desiguales y las más integradoras de la diversidad y la participación.
El progreso sostenible de las naciones requiere de muchas cosas, pero desde luego de la libertad de pensar y crear, de expresarse individual y colectivamente y de actuar con reglas compartidas. No se ha inventado para este fin algo distinto y mejor que 1) los sistemas democráticos de generación, distribución y alternancia en el poder político y 2) las economías mixtas con servicios públicos extendidos y mercados y empresas autónomas regulados social y ecológicamente.
Pero cuando las fuerzas democráticas de distinto signo gestionan inadecuadamente los asuntos públicos terminan abriendo curso a las respuestas autoritarias. Los discursos de violencia ideológica y de discriminación racial e intolerancia hacia el distinto y el extranjero se agravan cuando las fuerzas democráticas se degradan y dejan capturar por el poder económico o dejan avanzar la corrupción en el Estado y el poder del crimen organizado. Y en especial cuando se asimilan o son asimiladas a conductas de incivismo, como la crisis evidenciada con las licencias médicas que refleja un deterioro generalizado, o en todo caso muy amplio, de la moral pública en Chile.
Por eso la “gestión democrática de los asuntos públicos” no puede hacerse de cualquier manera. Siempre debe tener a la vista que la agresividad humana individual y colectiva y las violencias se anclan en impulsos inconscientes de los sujetos y en la pulsión de muerte que acompaña a la pulsión vital, y que pueden desbordarse socialmente. Por tanto, requieren ser contenidos y canalizados con el reforzamiento de las comunidades de pertenencia, en vez de dividirlas, por ejemplo por consideraciones generacionales o de superioridad ética, y con proyectos que respeten el Estado de derecho (y el derecho internacional), lo que supone la provisión de paquetes consistentes de políticas públicas que mantengan niveles suficientes de empleo, remuneraciones, cobertura de riesgos y soportes efectivos de la igualdad de oportunidades y de derechos, cuya interacción en el tiempo es lo que crea culturas de convivencia.
Cuando estas condiciones se degradan, suelen sobrevenir las crisis y altos grados de tensión social, respecto a los cuales la mera represión estatal, combinada o no con el libremercadismo, no resuelve nada.
En Chile estamos viviendo una etapa especialmente polarizada por el agotamiento de un modelo económico-social hiperconcentrado, que se resiste a ceder su poder, y por el resurgimiento del conservadurismo tradicionalista que descalifica el orden democrático expandido paso a paso desde 1990 y los derechos que consagra. Esto requiere, más que en otras etapas, que los que creen en los valores de la democracia, los derechos fundamentales, los derechos de la mujer, la diversidad y la solidaridad con y entre los sectores desposeídos de la sociedad, puedan agruparse suficientemente y actuar con la mayor eficacia posible desde la política y la sociedad civil en contra del peligro de regresiones autoritarias. Y no acentuar sus divisiones.
El desafío para las fuerzas sociales y políticas distantes de la díada autoritarismo/libremercadismo es enorme. Supone salir de las confrontaciones del día a día y ofrecer a la ciudadanía un nuevo ciclo de gobierno con estabilidad y seguridad democrática y un sello creíble de progreso social y de sostenibilidad económica y ambiental.
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